Recursos para escritores
Los escritores que no saben mucho, o los escritores noveles,
o novatos, o novicios, o primerizos, o inexpertos... se enfrentan a un papel en
blanco y se preguntan: ¿cómo inicio esta novela? Porque ellos quieren escribir
una novela...
La respuesta es: aparta el papel y ponte a pensar, que es
algo que se puede hacer en cualquier parte. En la ciudad, en el campo, en el
trabajo, durante los sueños o los paseos, con los amigos, solo, mirando por la ventana,
comiendo chocolate (negro, claro es), oyendo música (de Bach, preferentemente)
o ruidillo de ese que hay ahora y al que algunos, mayormente los que saben
tanto lo que es la música como lo que se refiere al comienzo de una narración,
llaman música... En fin, en cualquier lado, que el escenario importa
poco y lo que cuenta son los lóbulos frontales de la corteza cerebral, que es
donde reside el reino de la fantasía.
Llegados a este punto, uno debería preguntarse: ¿de qué
quiero escribir una novela? Y aquí intervienen los géneros.
¿Quiero escribir una narración de intriga, de misterio,
policíaca, de espías...? O bien, ¿quiero escribir una historia romántica, de
amoríos, de chicas que se levantan de la cama y se van a la oficina, y allí...,
pues todo eso, o chicos que lo pasan fatal porque ...? O no. Quizá lo que
quiero es escribir una novela ambientada en época remota, cuando los sumerios,
o los fenicios, o los romanos, o los bárbaros, o los hombres y mujeres que
vivieron en la Edad Media... ¿Y por qué no acerca de los que conquistaron
continentes, que aquellos sí que fueron arduos trabajos? Toda la jornada
caminando por la selva, y para evitar la muerte a manos de los indios
flecheros, con armadura, que la cosa tiene mérito...
Otros géneros que no se deben olvidar son las novelas de
aventuras, las de terror, las costumbristas, las de hadas, las de risa... En
fin, sería el cuento de nunca acabar.
En definitiva: ¿de qué quiero escribir una novela? Para
dilucidar semejante asunto no hacen falta papel ni lápiz, sino, como ya he
dicho, poner en marcha la máquina que todos tenemos en la cabeza, que sirve
para algo más que para llevar sombrero.
Vas por el monte con los perros, estás tirado en la campa
mirando las montañas azules..., y de repente, ¡zas!, una imagen brinca ante tu
entendimiento sin que seas capaz de averiguar cómo se ha producido. ¡Es una
niña...!, sí, una niña de cinco años que se ha escapado de casa por una ventana
y, con el perro, que tiene cinco meses, se ha internado en las veredas sólo holladas
por los animales salvajes porque quiere ir a ver el bosque...
La niña que quería ver el bosque
El borroso escenario se presenta desierto y sólo algún
pájaro que los sobrevuela graznando pone una nota melancólica en el ambiente...
Difuso cielo azul recortado por los árboles... Lo hondo del bosque... Todo se
mueve, sí, todo se mueve... Ilusiones, fantasías, espejismos y apariciones que
se abren paso a viva fuerza y de ninguna manera podemos gobernar...
Mará, de repente, ve un oso. Está allí, a su lado, con el
largo hocico peludo, sentado en el suelo y la espalda apoyada en un árbol. Sin
embargo, el oso no la ve a ella. No, no me ve. Soy invisible. Bueno, no, mejor:
soy gaseosa, como una nube o un ángel que se estira y se encoge. ¡Boing...!
Ahora paso delante de él, y el oso, que es negro, es oscuro, sin abrir los ojos
sacude la cabeza y se come una mosca. ¡Clac! El sonido de las mandíbulas infunde
respeto, es mejor no acercarse por si acaso, el oso no me ve, no me siente,
pero ¿y si se confunde y cuando le meta el dedo en la boca pasa otra mosca?
Porque si quiero le meto el dedo en la boca... No, mejor en la nariz...
¡Ayyy...! ¿Qué sucede? Mamut, que también es un espíritu de la tarde y ha
crecido, es más grande que el oso..., ¡hala...!, me contempla con sorpresa.
¡Mira...!, ¡tiene la nariz llena de mocos...!, y él se arrima y husmea. No, mi
ama: es miel. ¡Ah, miel...!, menos mal. Mamut tiene la voz de una persona
mayor, a lo mejor es una persona mayor, desde luego es grande, y como es una
persona mayor, me protege y no tengo miedo de nada. Los dos somos como sombras
luminosas que culebreamos y estamos aquí y estamos allá, tan pronto en este
sitio como al otro lado del camino de tierra, donde se revuelcan los jabalíes,
que tampoco pueden hacernos nada, ¿cómo nos lo van a hacer si somos los
espíritus del bosque?, eso, ¡qué divertido!, podemos subir y bajar por los
troncos de los árboles sin que nadie se dé cuenta, ni las mariquitas, ¿a que
sí?, y las mariquitas mueven la cabeza arriba y abajo y, todas a una, dicen,
sí, es verdad, sois como espíritus del bosque, pero ¿a que no sabéis cómo se
llaman los espíritus del bosque?, y yo me acelero y me confundo, no, bueno,
sí..., espera..., aunque al fin me acuerdo, ¡ah, ya sé!, duendes, duendes
grandes, mayores que el oso, duendes transparentes que no ocupan lugar bajo la
luna, y Mamut me mira, pero ¿no era por la tarde?, Mamut es mayor y reflexivo,
se acuerda de todo, y yo le digo, sí, pero da igual, además, por la tarde
también se puede ver la luna, ¿tú nunca la has visto?, y debe de ser por la
tarde porque yo creo que ya hemos comido, ¿no te acuerdas?, tortilla de
patata..., mmm..., ¡qué buena!, y tú comías las cortezas de los quesos y las
tiras blancas del jamón, que no eran ilusión, ¿eh?, que eran de verdad, y el perrín
tiene un estremecimiento y emite uno de esos ladridos sordos que casi no se
oyen, porque ¿no sueñan también los perros? Quizá él vio al oso descender del
árbol y apartarse con premura, ¡por ahí vienen los humanos!, ...dita sea, hay
que poner tierra por en medio..., y el oso se va protestando, desaparece el
peculiar aroma que lo delata –que seguramente tiene algo que ver con el vinagre
y otras especias que están usando en la frontera cocina–, y al fin se queda
tranquilo y deja escapar un suspiro. ¡Ya se fue!
Mará, sin embargo, no ha dejado de ver el bosque, ¡qué va!,
porque la fronda permanece inalterable. Ya no está el oso, que a saber adónde
se ha ido, y tampoco están las mariquitas, que se habían constituido en
asamblea, pero quedamos nosotros, los espíritus del bosque..., no, los duendes,
Mamut lleva un sombrero muy raro y zapatos puntiagudos con estrellas
pintadas..., no, tampoco, no son pintadas sino estrellas de verdad, casi no
puede andar, el pobre, aunque como es transparente yo creo que le da igual,
vamos por el caminito entre los árboles y nos paramos en donde queremos, él lo
huele todo y yo miro dentro de los agujeros de la tierra y de los árboles, a lo
mejor encuentro algo, y cuando durante un momento la espesura se aclara oigo
una guitarra, aunque es al otro lado del valle, en las montañas de enfrente,
¿será mi padre?, ¿por qué he pensado en él?, será porque también es grande, él
sí que es grande, más alto que las montañas blancas, y lleva las botas de siete
leguas y a cada paso que da avanza tanto que no le podemos alcanzar, sus
zancadas resuenan en el bosque y los animales se apartan, vámonos de aquí, que
llega el gigante de pies de hierro..., pero no todo es una ilusión, no, una
quimera, porque cuando salimos al claro que hay en la falda de las montañas,
allí está él, mi padre, es por la tarde y está sentado como antes el oso, con
la espalda apoyada en un árbol, es muy grande, pero eso ya lo he dicho antes y
no me da miedo, y tiene la guitarra entre las manos, mira al cielo y canta por
lo bajo, aunque luego se pone en pie y canta más alto mientras rasguea el
instrumento..., allí está, pero él tampoco nos ve porque somos transparentes, y
nos acercamos hasta colocarnos a su lado, ¿cómo se llama esa canción?, se llama
Bésame mucho, sí, como si fuera esta noche la última vez...
[...]
Y hasta aquí llegó la broma, que por hoy ya he dado
bastantes ideas. El que quiera saber más, que mire en ESTE SITIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario