Portada de El país del 29 de octubre de 1982
El 4 de mayo de
1976, es decir, hace 40 años, salía a la luz pública el diario El país,
paradigma de las libertades que los nuevos tiempos precisaban. Franco había
muerto seis meses antes, y había que dar aire nuevo a los tiempos que todos
querían que llegaran.
Su lanzamiento
fue un exitazo, con tres cuartas partes de Madrid expectante y el resto
receloso, pero su aspecto, parecido al del establecido y moderado Times
(incluso utilizaba el mismo tipo de letra), pronto indujo confianza en los
suspicaces y pasó a ser el modelo que las gentes demandaban.
Tomando el
relevo de ABC, periódico oficial del régimen franquista y caído en
desgracia con él, se convierte en portavoz del grupo entonces en el poder, el
Psoe de Felipe González, etapa durante la que se encarga de publicitar y
encarecer la virtudes del partido único, lo que al cabo de los años culmina con
el culebrón del capitán Khan y la publicación de la esquela de Paesa (julio de
1998).
Todo en él ha
sido una pura contradicción, pues mientras su propietario, el Sr. Polanco,
pasaba por ser uno de los más acaudalados españoles (de hecho, durante un
cierto tiempo fue el nº 1 del ránking, o lo que es lo mismo, más rico
que Botín), con la siniestra mano repartía patentes de (ja ja) izquierdismo.
Este diario de
la mañana, pródigo en anécdotas de diversos signos (¿quién no recuerda lo de la
mafia rosa y todas aquellas cosas tan divertidas?), se afianza durante
muchos años como el primer periódico español, lo que no es decir poco, y
encarna uno de los símbolos que los bienpensantes (por lo general, anónimas y
establecidas personas de traje al desgaire, gafitas y barba cana muy recortada)
pasean bajo el brazo por tablaos y mentideros como una más de las
representaciones de la anhelada libertad.
Portada de El país del 6 de julio de 2007
Llegado el
siglo XXI se mantiene en un mediano pasar de la mano
de los editorialistas, genuinos
representantes de la España eterna (el recién llegado, la revoltosa, el pedante
más o menos ilustrado...), cuyas ortodoxas y a veces avinagradas opiniones han colmado
buena parte de la famosa columna de la última página.
Luego, entre
tormentas políticas de encontrados signos y peleas de patio de colegio por el
reparto del pastel, continúa su andadura hasta llegar a lo que es hoy, diario
nostálgico para covachuelistas, cesantes y jubilados. Así pasan las glorias del
mundo.
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