domingo, 5 de septiembre de 2010

Un trozo de "Las estaciones"

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"Las estaciones", novela que escribí hace años ambientada en la época actual, está narrada por un niño de trece años. Esto que va aquí debajo es uno de sus monólogos a propósito de Rosana, que es la amiga de su hermana y quien siempre va con ellos a todas partes. Al chaval, como es lógico, se le ocurren toda clase de cosas, y como para muestra basta un botón, ahí va este, que está sobre la página 200, más o menos:


Un día Patricia nos llevó a un sitio en donde inauguraban una exposición de cuadros de una chica que era amiga de mamá, y ella le había dicho que fuéramos. Estaba lleno de gente con corbata, todos muy bien vestidos, y también había pinchos y vinos y cosas de esas, y antes de empezar salió un señor y dijo un montón de cosas con toda la gente mirando, nosotros allí en medio, y en eso entró Rosana, que llegó tarde, y se puso delante de mí. Yo estaba detrás de ella pero cerca, no había nadie en medio, y estaba guapísima, con un vestido verde y el pelo recogido como en un moño, no una coleta, y entonces le veía el cuello, que lo tenía completamente moreno, y no podía apartar la vista de él, pero luego empecé a mirar hacia abajo, por las piernas y por ahí, y descubrí que como era verano llevaba sandalias, unas sandalias blancas con unas tiras, y se le veían los pies que también los tenía muy bien, o eso me pareció, unos pies buenísimos con unos dedos todos derechos, todos en fila dentro de las tiras de las sandalias y las uñas perfectamente recortadas y de lo más limpias, y aquello me gustó, ¡jo, vaya pies!, ¡si parecen pirulís!, ¿pirulís o pirulíes...?, Patricia hubiera dicho pirulíes, seguro, porque siempre decía que se decía así y hasta una vez lo miró en un libro y allí lo ponía, pirulíes, marroquíes, etc., pero yo creo que los dedos de Rosana eran pirulís, para abreviar, ¿los dedos o los pies...?, bueno, las dos cosas, como los que a veces te metes en la boca, y ya, durante mucho rato, no puede apartar la vista de ellos, ¡jo, vaya dedos!, y como no me podía mover ni decirle nada, aunque yo creo que tampoco se lo hubiera dicho si hubiera podido, lo único que hice fue mirarla durante todo el rato, y de vez en cuando ella miraba hacia atrás con sus ojos azules, miraba a la gente, como para ver quién había, y hacía que no me miraba a mí, pero yo creo que en realidad me miraba de reojo. Sin embargo, yo me hice el loco y no hice caso de eso sino que seguí mirándola todo el rato, ¡para una vez que no se daba cuenta!, sobre todo a los pies, aunque cuando miraba hacia atrás también le miraba a los ojos, sus ojos azules, por si acaso.
Luego, al salir, que hacía calor y estaba todo el mundo hablando, se quitó la chaqueta verde y resultó que debajo llevaba una blusa blanca y medio brillante, de tirantes y bien apretada, y como había bastante gente tuve que hablar con ellos, pero no podía apartar la vista de Rosana con su falda verde, su camisa blanca y sus sandalias que daba besos a todo el mundo y a mí no me miraba nunca..., y luego vino Patricia y dijo, bueno, niños, que esto se ha acabado y tenemos que irnos, y nos fuimos, aunque yo aquel día no me enteré de nada más, sólo de los pies de Rosana con sus uñas tan cuidadas y sus sandalias y el traje verde que revoloteaba por allí cerca y ocupaba todo el espacio disponible, porque a Patricia y a Azucena casi ni las vi.
Luego, un día en que estábamos en la playa, aunque Azucena y Patricia estaban en el agua venga a dar gritos, vi otra vez los pies de Rosana. Ella estaba echada en la toalla y yo a su lado, y después de pensarlo bastante rato le dije,
–Oye, ¿me dejas que te corte las uñas de los pies? –y Rosana se quedó mirándome sin saber qué decir...

(Esto continúa durante bastantes páginas, pero eso lo pondré otro día).

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